Democracia con síntomas graves de enfermedad
Cuando los gobiernos toman con frecuencia decisiones que van contra los intereses de la mayoría del pueblo
05.06.2013 | 01:55
Fernando de la Hoz Elices
Suele terminar las tertulias de este tema mi amigo Faustino diciendo que la única alternativa al sistema democrático es el ejército y por ello, mal que nos pese, es el mejor de los sistemas conocidos.
Bueno, pues algo habrá que hacer con este sistema agonizante. No sé lo que diría ahora Rousseau, quien en otra época ya advirtió de que ni ha existido nunca la verdadera democracia ni existirá jamás, pues el poder siempre usurpa el derecho.
Formalmente vivimos en democracia y los sistemas políticos lucen en sus discursos el sistema y forma de gobierno en el que se apoyan, pero lo cierto es que cada vez hay más personas que sienten que no participan en el desarrollo de la vida social. Estamos viendo cómo los gobiernos (democráticamente legitimados) toman decisiones con mayor frecuencia que van en contra de las necesidades y de los intereses de la mayoría de la población, produciendo un real distanciamiento entre los representantes y la sociedad.
Los poderes económicos se mezclan y funden con los políticos, colocando a altos cargos, una vez que pasan a ser ex, en el vértice de la pirámide de grandes grupos empresariales, y viceversa, mezclando a personas de influencia de los grupos empresariales dentro del estamento político. Hay muestras en casi todos los países y en el nuestro vemos cómo ex presidentes de gobierno y ministros obtienen puestos en empresas de Carlos Slim (una de las primeras fortunas del mundo), en Murdoch, Endesa, Barclays y un largo etcétera. Vemos también cómo banqueros muy importantes redactan la normativa del rescate bancario y los parlamentarios la ratifican.
Las promesas electorales no son vinculantes y cuando los gobiernos no las cumplen, los ciudadanos se quedan impotentes esperando a las próximas elecciones para, como único recurso, castigarlos con su voto.
El poder ejerce una influencia desproporcionada sobre los medios relevantes, la mayoría de las veces mediante inserción de publicidad y otras en forma de control directo sobre la propiedad mediante participación en su capital, consejos de administración, etcétera.
Los partidos políticos son financiados por empresas (conocemos ejemplos en casi todos los países, incluso en España tenemos experiencias sonadas).
Las corrientes científicas, a veces, siguen la opinión del poder económico, pues no es raro ver cómo a las universidades se les asignan fondos de terceros provenientes de ciertos grupos económicos.
Entonces, ¿dónde está la soberanía del pueblo en esta democracia? Si soberano es estar por encima de todo, ¿dónde está el poder del ciudadano para elegir un Gobierno concreto, quitar al Gobierno en un momento determinado, incluir correcciones en el Parlamento en un anteproyecto de ley, proponer leyes a votación, modificar la constitución por iniciativa propia?
Y ¡qué decir de la separación real de poderes! Éste, siendo un principio elemental en democracia, vemos cómo cede ante la tentación de abusar del poder temporal. Es mayor el poder ejercido cuantos menos derechos de control tiene el pueblo y más poderosos son los grupos de presión e intereses que ejercen, convirtiendo así el Gobierno y el Parlamento en una dictadura temporal, sometidos a los «lobbies» más influyentes.
Llegado a este punto, vuelvo a cuanto me cuestionaba al principio: ¡algo habrá que hacer! Y creo que la solución está en implantar un nuevo modelo democrático -imperfecto, por supuesto, como ya advirtió Rousseau-, pero adaptado a las nuevas exigencias sociales.
La búsqueda del nuevo modelo de mejora de la democracia debe ser el proyecto político más importante que exista en la Humanidad hoy en día. Quizá no deba tener contenidos detallados ni aprobación de mayorías.
Ha comenzado ya la búsqueda de este modelo. La sociedad civil tiene que desarrollarlo y, para ello, debe ejercer de correa de transmisión de los sentimientos sociales. Es posible conseguirlo y, como soporte, tiene que transformar la democracia representativa actual por la que funda la directa, la indirecta y la participativa.
Suele terminar las tertulias de este tema mi amigo Faustino diciendo que la única alternativa al sistema democrático es el ejército y por ello, mal que nos pese, es el mejor de los sistemas conocidos.
Bueno, pues algo habrá que hacer con este sistema agonizante. No sé lo que diría ahora Rousseau, quien en otra época ya advirtió de que ni ha existido nunca la verdadera democracia ni existirá jamás, pues el poder siempre usurpa el derecho.
Formalmente vivimos en democracia y los sistemas políticos lucen en sus discursos el sistema y forma de gobierno en el que se apoyan, pero lo cierto es que cada vez hay más personas que sienten que no participan en el desarrollo de la vida social. Estamos viendo cómo los gobiernos (democráticamente legitimados) toman decisiones con mayor frecuencia que van en contra de las necesidades y de los intereses de la mayoría de la población, produciendo un real distanciamiento entre los representantes y la sociedad.
Los poderes económicos se mezclan y funden con los políticos, colocando a altos cargos, una vez que pasan a ser ex, en el vértice de la pirámide de grandes grupos empresariales, y viceversa, mezclando a personas de influencia de los grupos empresariales dentro del estamento político. Hay muestras en casi todos los países y en el nuestro vemos cómo ex presidentes de gobierno y ministros obtienen puestos en empresas de Carlos Slim (una de las primeras fortunas del mundo), en Murdoch, Endesa, Barclays y un largo etcétera. Vemos también cómo banqueros muy importantes redactan la normativa del rescate bancario y los parlamentarios la ratifican.
Las promesas electorales no son vinculantes y cuando los gobiernos no las cumplen, los ciudadanos se quedan impotentes esperando a las próximas elecciones para, como único recurso, castigarlos con su voto.
El poder ejerce una influencia desproporcionada sobre los medios relevantes, la mayoría de las veces mediante inserción de publicidad y otras en forma de control directo sobre la propiedad mediante participación en su capital, consejos de administración, etcétera.
Los partidos políticos son financiados por empresas (conocemos ejemplos en casi todos los países, incluso en España tenemos experiencias sonadas).
Las corrientes científicas, a veces, siguen la opinión del poder económico, pues no es raro ver cómo a las universidades se les asignan fondos de terceros provenientes de ciertos grupos económicos.
Entonces, ¿dónde está la soberanía del pueblo en esta democracia? Si soberano es estar por encima de todo, ¿dónde está el poder del ciudadano para elegir un Gobierno concreto, quitar al Gobierno en un momento determinado, incluir correcciones en el Parlamento en un anteproyecto de ley, proponer leyes a votación, modificar la constitución por iniciativa propia?
Y ¡qué decir de la separación real de poderes! Éste, siendo un principio elemental en democracia, vemos cómo cede ante la tentación de abusar del poder temporal. Es mayor el poder ejercido cuantos menos derechos de control tiene el pueblo y más poderosos son los grupos de presión e intereses que ejercen, convirtiendo así el Gobierno y el Parlamento en una dictadura temporal, sometidos a los «lobbies» más influyentes.
Llegado a este punto, vuelvo a cuanto me cuestionaba al principio: ¡algo habrá que hacer! Y creo que la solución está en implantar un nuevo modelo democrático -imperfecto, por supuesto, como ya advirtió Rousseau-, pero adaptado a las nuevas exigencias sociales.
La búsqueda del nuevo modelo de mejora de la democracia debe ser el proyecto político más importante que exista en la Humanidad hoy en día. Quizá no deba tener contenidos detallados ni aprobación de mayorías.
Ha comenzado ya la búsqueda de este modelo. La sociedad civil tiene que desarrollarlo y, para ello, debe ejercer de correa de transmisión de los sentimientos sociales. Es posible conseguirlo y, como soporte, tiene que transformar la democracia representativa actual por la que funda la directa, la indirecta y la participativa.
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