A nuevo escenario, nuevo modelo económico
La necesaria implicación de la sociedad civil en el diseño de un futuro mejor
FERNANDO DE LA HOZ ELICES
El 21 de diciembre de 2012 finaliza el calendario maya, lo cual quiere
decir que con el fin de una era, se iniciará otra. Coincide también la
necesidad obligada de encontrar una nueva teoría económica que equilibre
las distancias entre capitalismo y comunismo , o lo que es lo mismo en
la práctica, entre el poder absoluto del mercado y la economía
planificada, dado que ambos modelos, han quedado obsoletos para hacer
frente a lo que tenemos encima.
La actual forma de economía nos ha llevado a un peligroso escenario: burbujas económicas, desempleo, desigualdad, cambios climáticos, dependencias energéticas y crisis de identidad. Todo ello tiene un denominador común que es la ambición por el beneficio y la competencia, que provoca el fracaso de las relaciones humanas, y pone en peligro permanente la paz espiritual, social y ecológica.
Es Felber, en su título «La Economía del bien común», quien presenta un nuevo modelo basado en los valores de las relaciones humanas (la confianza, la estima, la cooperación la solidaridad y la voluntad de compartir). Convierte la avaricia y egoísmo en cooperación y el exclusivo fin del beneficio financiero en contribución al bienestar común. La medida de la evolución de una unidad empresarial, no será exclusivamente la cuenta de pérdidas y ganancias, sino el balance del bien común, donde se valoran intangibles como la dignidad humana, la responsabilidad social, la sostenibilidad ecológica, la participación democrática directa y la solidaridad con todos los grupos involucrados en la actividad empresarial.
La economía del bien común trata de que toda actividad transforme su existencia en más humana y más eficaz para todos. Incentiva los valores del comportamiento que contribuyen al éxito de las relaciones humanas y ecológicas, en contraposición con las actuales actuaciones de competencia y egoísmo.
El capital del futuro será el medio, no el fin para lograr la felicidad de todos, y ahora precisamente en esta situación requiere mayor importancia al comprobar que la desigualdad en nuestro entorno ha alcanzado niveles muy, pero que muy alarmantes.
Es paradógico ver cómo en nuestras relaciones diarias estamos satisfechos cuando ponemos en práctica valores tales como el respeto, escucha a los demás, la cooperación, la sinceridad, el aprecio y la ayuda mutua, y sin embargo el entorno económico en el que desarrollamos nuestra actividad se basa en un sistema con normas que potencian la búsqueda de beneficios y la competencia con carácter exclusivo, incentivando el egoísmo, la avaricia, la envidia y la falta de consideración. La contradicción existente entre ambas formas de obrar, nos divide como individuos y como sociedad.
Entonces, ante esta contradicción, ¿como hemos de obrar? ¿Debemos ser solidarios y cooperativos como conducta de ciudadano o, por el contrario ¿Debemos tener en cuenta nuestro propio beneficio y a los demás, como competidores que son, tenerles apuntalados?
Lo más grave ante esta paradoja es ver como la propia legislación normativa y tratados nacionales e internacionales, prefiere la guía que nos conduce a la infelicidad, incluso la incentiva al mantener vigente que en economía debemos aumentar el beneficio propio y ser competitivos.
Amén de todo ello, añadamos la catastrófica situación de los gobiernos corruptos y envalentonados con hacer desaparecer el estado de bienestar de los ciudadanos, la mayoría de las veces en beneficio propio o de su círculo de amigos y de sus jefes de filas.
La economía del bien común, no es único como modelo imaginable para el futuro, sino que pretende ser combinado con otros modelos y estructuras alternativos enriqueciéndose unos de otros al objeto de construir un sistema económico democrático a través de un proceso de búsqueda participativa.
Es hora de que la sociedad civil tome conciencia e imponga un nuevo modelo de convivencia. Debe sin reparos darse a valer y exigir un cambio de actitud total. Este nuevo modelo, puede servir de base para conseguir con mucho esfuerzo, talento y constancia su implantación, aunque mucho me temo que su consecución no será con la rapidez que se deteriora el sistema social, pero al menos hemos de intentarlo.
La actual forma de economía nos ha llevado a un peligroso escenario: burbujas económicas, desempleo, desigualdad, cambios climáticos, dependencias energéticas y crisis de identidad. Todo ello tiene un denominador común que es la ambición por el beneficio y la competencia, que provoca el fracaso de las relaciones humanas, y pone en peligro permanente la paz espiritual, social y ecológica.
Es Felber, en su título «La Economía del bien común», quien presenta un nuevo modelo basado en los valores de las relaciones humanas (la confianza, la estima, la cooperación la solidaridad y la voluntad de compartir). Convierte la avaricia y egoísmo en cooperación y el exclusivo fin del beneficio financiero en contribución al bienestar común. La medida de la evolución de una unidad empresarial, no será exclusivamente la cuenta de pérdidas y ganancias, sino el balance del bien común, donde se valoran intangibles como la dignidad humana, la responsabilidad social, la sostenibilidad ecológica, la participación democrática directa y la solidaridad con todos los grupos involucrados en la actividad empresarial.
La economía del bien común trata de que toda actividad transforme su existencia en más humana y más eficaz para todos. Incentiva los valores del comportamiento que contribuyen al éxito de las relaciones humanas y ecológicas, en contraposición con las actuales actuaciones de competencia y egoísmo.
El capital del futuro será el medio, no el fin para lograr la felicidad de todos, y ahora precisamente en esta situación requiere mayor importancia al comprobar que la desigualdad en nuestro entorno ha alcanzado niveles muy, pero que muy alarmantes.
Es paradógico ver cómo en nuestras relaciones diarias estamos satisfechos cuando ponemos en práctica valores tales como el respeto, escucha a los demás, la cooperación, la sinceridad, el aprecio y la ayuda mutua, y sin embargo el entorno económico en el que desarrollamos nuestra actividad se basa en un sistema con normas que potencian la búsqueda de beneficios y la competencia con carácter exclusivo, incentivando el egoísmo, la avaricia, la envidia y la falta de consideración. La contradicción existente entre ambas formas de obrar, nos divide como individuos y como sociedad.
Entonces, ante esta contradicción, ¿como hemos de obrar? ¿Debemos ser solidarios y cooperativos como conducta de ciudadano o, por el contrario ¿Debemos tener en cuenta nuestro propio beneficio y a los demás, como competidores que son, tenerles apuntalados?
Lo más grave ante esta paradoja es ver como la propia legislación normativa y tratados nacionales e internacionales, prefiere la guía que nos conduce a la infelicidad, incluso la incentiva al mantener vigente que en economía debemos aumentar el beneficio propio y ser competitivos.
Amén de todo ello, añadamos la catastrófica situación de los gobiernos corruptos y envalentonados con hacer desaparecer el estado de bienestar de los ciudadanos, la mayoría de las veces en beneficio propio o de su círculo de amigos y de sus jefes de filas.
La economía del bien común, no es único como modelo imaginable para el futuro, sino que pretende ser combinado con otros modelos y estructuras alternativos enriqueciéndose unos de otros al objeto de construir un sistema económico democrático a través de un proceso de búsqueda participativa.
Es hora de que la sociedad civil tome conciencia e imponga un nuevo modelo de convivencia. Debe sin reparos darse a valer y exigir un cambio de actitud total. Este nuevo modelo, puede servir de base para conseguir con mucho esfuerzo, talento y constancia su implantación, aunque mucho me temo que su consecución no será con la rapidez que se deteriora el sistema social, pero al menos hemos de intentarlo.