Lo que hemos aprendido de esta crisis
La necesidad de no confundir valor con precio y de empezar a valorar lo que queremos adquirir
Pero ¿a quién importaba eso en época de abundancia? Adquirir era lo importante, comprar era lo acertado, pues lo que pagábamos la propia inercia del mercado lo absorbía con facilidad y superaba el precio pagado de inmediato.
Después, han venido las burbujas y obligados nos hemos visto a rectificar y a acordarnos de la diferencia entre valor y precio, fijando unos principios para el futuro (al menos el inmediato) de cómo hemos de diferenciar entre un concepto y otro.
Hemos sentido la necesidad, obligados por las circunstancias, de adecuar lo que tenemos y deseamos a nuestras propias posibilidades.
Hemos aprendido que los gurús, expertos de gran prestigio, articulistas, predictores y entendidos en la materia económica, si estuviesen seguros de cuanto pronostican, serían multimillonarios.
Que las modas y las opiniones generalizadas no se convierten en ciertas por el hecho de que circulen en los medios, pues siempre existen riesgos, especialmente cuando aparecen beneficios desproporcionados a corto plazo.
Que quienes aconsejan qué hacer con el dinero ajeno no suelen tener la responsabilidad en el deterioro o la pérdida de su valor.
Que nadie en el mundo de la economía regala nada.
Que cuando nos dejamos llevar por la tendencia ante un producto de moda, la avalancha de compras, produce que la gente compre sin preguntar, en contraposición a lo que debiera ser: enterarse de su valor y después comprar. Recuerdo cómo en uno de los acontecimientos más llamativos vividos, la época de las acciones de Terra, se llegó a comprar cada acción a 160 euros, de tal forma que capitalizando el total de sus acciones la cifra superaba la de grandes bancos españoles, mientras su balance presentaba pérdidas. Después vino el derrumbamiento y dejó el precio en su valor.
Que la historia siempre se repite y nos ha traído burbujas que han llevado a la ruina a numerosas economías fuertes. En nuestro país, la última conocida es la del mercado inmobiliario, que aún no ha finalizado.
Que no debemos dejarnos llevar por los beneficios ajenos que nos cuentan nuestros amigos. Es curioso que sólo se cuentan las operaciones que nos han producido beneficio y pocos cuentan las pérdidas.
Distinguir el valor del precio implica simplemente que no debemos pagar por una cosa todo lo que nos piden por ella por el hecho de quererla para nosotros. Es preciso analizar su valor, tras asegurarnos realmente de la necesidad de la misma.
En el futuro, hemos de añadir un nuevo factor en las decisiones de nuestra vida, y es saber valorar lo que queremos adquirir. El mejor medio para ello es calcular el valor intrínseco, es decir, considerarlo como una inversión productiva y no especulativa. Lo que compro lo valoro por el beneficio que me va a aportar por sí mismo el producto adquirido, no dando valor al especulativo, que puede obtenerse porque alguien me pueda pagar más por él.
Llegado a este punto, no nos queda otra alternativa en la sociedad civil que intervenir individualmente en el propio mercado. Si el mercado actual no nos permite distinguir entre el valor y el precio de una cosa, tendremos que inventar otro mercado en el que el valor se equipare a su precio, adecuando siempre el producto adquirido a nuestra necesidad real y, especialmente, a nuestras posibilidades. Hay productos que, pase lo que pase con su valor real en origen, el precio final continúa incrementándose ajeno a la circunstancia de su valor de origen, como, por ejemplo, el efecto de los carburantes. Ahí es donde la sociedad civil deberá influir con sus decisiones para que en el futuro no sea así.