Homenaje a Carlos González Aguilar
Misionero claretiano hermano, durante 40 años ofreció su colaboración en las casas del Codema
FERNANDO DE LA HOZ ELICES Hay realidades que es difícil explicar pero que se entienden perfectamente con un ejemplo. Algo de eso pasa con la figura de los Misioneros Claretianos Hermanos. Muchas personas ignoran que esta congregación no incluye sólo sacerdotes y que a ella pertenecen, con el mismo derecho y fundamento vocacional, un buen grupo de misioneros hermanos.
En el campo de las definiciones en la congregación claretiana se recurre a menudo al «no» para explicar esta vocación: el hermano no está ordenado, no administra la mayor parte de los sacramentos, no preside la eucaristía, no confiesa... Pero la vocación del misionero claretiano hermano no se describe por el «no», sino por el «sí»: el hermano es un bautizado que siente con intensidad la llamada de Dios Padre a anunciar su Reino, a vivir intensamente la fe, a consagrar su vida a la Palabra de Dios y a los hermanos, a servir a la Iglesia, a cooperar en el oficio maternal de María en la misión apostólica con el espíritu de Antonio María Claret.
A quienes hemos conocido de cerca del hermano Carlos González Aguilar no hacía falta explicarnos estas cosas. La vida ha querido, además, que hiciera algo no muy habitual entre los Misioneros Claretianos: servir al Evangelio durante más de cuarenta años en la misma comunidad. Muchas gentes de Gijón y Contrueces hemos conocido a un hombre de gran sencillez y mayor corazón que vivía con una enorme alegría su vocación y al que le preocupaba, siempre con cordialidad y ternura, la distancia de las nuevas generaciones respecto del Evangelio. Carlos no tenía estudios universitarios, pero ejerció durante décadas la cátedra del servicio y no temía dar testimonio con sus palabras -sin circunloquios ni oropeles- de la fe: los sencillos le entendían perfectamente. Su muerte ha supuesto un mazazo para muchos hombres y mujeres de bien.
La provincia claretiana ha acogido en los últimos años a muchos jóvenes misioneros claretianos venidos de otras partes del mundo. Es especialmente llamativo ver cómo Carlos les impactó y cautivó con su manera de tratarlos y de hablar de la vocación y «las cosas de Dios». Hoy, misteriosamente, al Carlos de raíces palentinas, que no salió de Gijón en cuatro décadas, se le llora también en coreano, en indonesio, en ruso y en las lenguas de Nigeria y Guinea Ecuatorial. Porque el Reino no tiene idioma y está claro que también los Misioneros Hermanos lo anuncian; claro y bien claro.