La luz de la música joven
El talento de Eduardo García Salueña y sus inicios de chaval en el Ateneo Jovellanos
Hacía tiempo que no lo veía, pero me siguió pareciendo el mismo de siempre, aquel chaval que tuve la oportunidad de conocer y admirar ya entonces por sus trabajos, cuando desde el Ateneo Jovellanos nos habíamos impuesto dinamizar el apoyo a los jóvenes para rejuvenecer su estructura.
Bajo su responsabilidad por delegación y supervisión de Paco Santamaría y mía, directivos entonces del Ateneo Jovellanos, Eduardo dirigió un programa de Música Joven, con un éxito inimaginable gracias a su talento, ganas, valor, trabajo, esfuerzo y sobre todo paciencia. Este programa, novedoso en cuanto a organización y contenido, tuvo seguidores adictos a sus charlas, conferencias y conciertos especiales, que hoy en día aún lo recuerdan como pude comprobar en el patio de butacas del teatro Jovellanos el pasado domingo.
Una señora que aplaudía intensamente desde mi butaca colindante me dijo al final del concierto que había nacido una estrella. No pude por menos que decirle que la estrella ya había nacido allá en el año 2005 en el Ateneo Jovellanos, sólo que ahora se empezaba a ver su luz.
El folleto que a la entrada del teatro nos entregaron me produjo un sobresalto al leer su amplio currículum para tan poca edad. Allí constaba en sus inicios su colaboración con el Ateneo Jovellanos. Esa colaboración tan poco reconocida a aquel grupo de jóvenes que entonces tanto dieron por esa institución dirigiendo actividades de música, cinefórum, premios primavera, dinámicas de grupo y otras muchas, con el ánimo de dinamizar y cambiar la faz de un Ateneo viejo y obsoleto, de los cuales casi todos están triunfando en sus profesiones paralelas a las tareas de colaboración que tenían asignadas entonces.
No voy a recordar ahora el escaso reconocimiento a estos jóvenes entonces, salvo la parte imputable a quienes sólo hacen valer los actos que protagonizan directamente o les facilitan protagonismo personal, despreciando o dejando en el vacío de la inexistencia lo que otros realizan.
Lo importante ahora es que Eduardo, en la música, ya tiene luz propia, y para quienes le hemos aportado en algún momento apoyo supone un orgullo. Estoy seguro de que también el Ateneo Jovellanos -donde inició su colaboración- escribirá algún día su nombre en letras mayúsculas, pues sabido es que, con independencia de las personas que las rigen, las instituciones permanecen.
Mi enhorabuena, Eduardo, por tus obras compuestas con las que nos hiciste pasar una velada muy grata, especialmente por las de entrada y cierre: Termositón.