La empresa moderna ha de dedicar mayor esfuerzo a buscar el éxito que a evitar el fracaso
La ganancia por la ganancia está cediendo su prioridad ante la justificación de los beneficios como fin necesario e incentivo motivador. Los escándalos vividos en la última etapa en el mundo económico provocan que se examinen con recelo los negocios rápidos y sorprendentes, a la vez que se está implantado como principio la obligación de la empresa de cumplir una finalidad social. De ahí que pueda decirse que «la empresa es a la sociedad lo que el cantor a la vida».
Los nuevos valores que han de incorporarse a la cultura empresarial han de admitirse bajo la premisa de que la sociedad del futuro no va a regalar nada, y partiendo de la base de que la propiedad privada se justifica en tanto en cuanto cumpla una función social.
El mayor reto estará en reconocer que la empresa no es solamente creadora de riqueza, sino también distribuidora de la riqueza creada, lo que deberá traducirse necesariamente en la aplicación de salarios justos, que serán tanto más justos no cuanto más altos sean, sino cuanto más se relacionen con el esfuerzo y la aportación de los trabajadores a la producción.
La nueva cultura empresarial debe tener muy presente la eficacia, que impedirá que en las empresas haya lugar para el despilfarro, la indolencia y la holgazanería. La participación abrirá las puertas a una implicación real de todos los que se ven afectados por las decisiones que se toman en la empresa y se incluirá como principio de relación el respeto a la persona humana, que implicará que la actuación de la empresa no será tanto el mercado propio, sino la sociedad, dando paso a una transformación del concepto de economía capitalista a economía humanizada.
Finalmente, la empresa no se concebirá en el futuro sin que tenga la visión como parte social de crear empleo, cuya contribución será el termómetro de su tarea principal junto con la conducta ética de todos sus componentes. Tendrá la obligación de multiplicar sus esfuerzos imaginativos, organizacionales y económicos para diversificar su actividad, crear empresas auxiliares, dedicar parte importante de sus recursos a nuevas actividades y, en definitiva, poner todos sus medios para contribuir a la imperiosa exigencia social de fomento del empleo.
Los gobiernos nacionales, regionales y locales deben, a su vez, establecer una membrana y condicionar un soporte que facilite esta tarea a las empresas, con firme apoyo al desarrollo de las mismas, generando confianza en el sistema político y económico, y especialmente en este momento de dificultades financieras, poner a disposición de las mismas circuitos de financiación directos e indirectos mediante acuerdos con las entidades financieras establecidas en sus territorios. A su vez, fomentarán el contacto entre empresas, aportando una concienciación de solidaridad y apoyo entre ellas, conexionando colaboraciones y facilitando el desarrollo del «benchmarking».
Finalizo evocando en las últimas líneas a Sigmund Warburg, cuando en circunstancias adversas, en el año 1952, consiguió que su organización redoblase su eficiencia al advertir a sus colaboradores que «si uno se dedica con todas sus fuerzas a algo, entonces todo acabará por resolverse bien». A la vez que les instó a que dedicasen «mayor esfuerzo a buscar el éxito que a evitar el fracaso».