Hay esperanza, hay solución
Una apuesta por la sociedad civil como la única salida viable de la crisis
FERNANDO DE LA HOZ ELICES Quizás haya llegado la hora de aceptar que nuestra crisis es más que económica y que va más allá de estos o aquellos políticos, de la codicia de los mercados o de la prima de riesgo. Hemos de asumir que nuestros problemas no se terminarán cambiando un partido por otro, implantando otra batería de medidas urgentes o convocando huelga general.
Hemos de admitir que nuestro país no ha alcanzado la situación en la que se halla de la noche a la mañana. Posiblemente sea el resultado de una cadena de acontecimientos y actuaciones que comienza en los inicios de la escuela y termina en la clase dirigente. Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la empresa, los que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones, sin importar lo que hagan. Sólo prevalece que son de los nuestros y, por lo tanto, afines a nosotros.
Sí, hemos conseguido una nación mediocre, que con su sectarismo rancio ha llegado incluso a dividir a las asociaciones de víctimas del terrorismo y a volver a instaurar las líneas rojas y azules para diferenciar ideologías y hacer aflorar los rencores.
Tenemos una nación que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso «Gran Hermano» como única solución a obtener notoriedad y unos ingresos a falta de trabajo, por políticos que se insultan sin aportar una idea, por jefes que se rodean de mediocres para disimular su ineptitud y por estudiantes que ridiculizan al compañero que se esfuerza y amenazan al profesor si no le sigue su corriente.
Es mediocre una nación con una cuarta parte de su población en paro, que, sin embargo, encuentra más motivos para indignarse y manifestarse cuando le dictan que tiene que ir a una huelga general para insultar a quienes, con gran esfuerzo, tratan de seguir dando trabajo.
Pero aún no es tarde para reaccionar, la sociedad civil tiene la fuerza de hacer y decir «¡basta ya!» Es la única esperanza, y tiene la obligación de hacerse valer, pues es la única que con su fuerza y razón debe hacer reaccionar a los mediocres.
La sociedad civil, sobre la cual tanto se discute frecuentemente, y hasta en tono retórico, no puede ser identificada sólo con la existencia de una pluralidad de instituciones aptas para equilibrar la fuerza del Estado ante los mercados. Si bien esto es necesario, no es suficiente.
Stefano Zamagni aporta que la solución a la injerencia del Estado en beneficio del mercado necesita de un despegue de las formas de organización económica que configuran una moderna economía civil, basada en la confianza recíproca.
La clave está en la exigencia de altos niveles de cooperación, y esto presupone la existencia de fuertes vínculos de confianza entre los agentes económicos. Una investigación por cuenta del Banco Mundial fija el nexo entre el grado de confianza que prevalece en las relaciones interpersonales y en los niveles de inversión privada. La mayor parte de los países que generan un grado de confianza superior a la media consiguen niveles de inversión mayores de lo previsto. En definitiva, se puede afirmar con seguridad que el mercado es una institución regida esencialmente por la confianza.
¿Qué es lo que hay que hacer en una sociedad para que crezcan las estructuras de confianza? La sociedad civil es el lugar ideal destinado a generar la disposición para la confianza y usar la estrategia de Roniger, tratando de concentrar la confianza sobre experiencias personales y sobre actores sociales específicos, desarrollando el reconocimiento recíproco de las identidades y el compromiso de no engañar ni traicionar a nadie.
Igualmente, la generalización de la confianza presupone, por un lado, que crezca el nivel de la competencia técnica que sirve de base para la certificación de la confianza -éste es el rol clave de las profesiones liberales y de una ágil burocracia- y, por el otro, que la práctica de códigos éticos por parte de las empresas alcance esa zona crítica, más allá de la cual el mercado puede funcionar por el mecanismo regulador de la reputación.
En una palabra, la estrategia consistirá en favorecer la emergencia de un nuevo espacio económico, el de la «economía civil», donde prevalezca el principio de reciprocidad y donde no es suficiente tratar de conseguir una sociedad justa, sino una «sociedad decente», es decir una sociedad que «no humille» a sus miembros distribuyendo sus beneficios pero negando «la humanidad».
Las motivaciones que dan cuerpo a la reciprocidad son tan legítimas como las interesadas. Cuando falta la competencia efectiva entre las diversas clases de oferta es el consumidor quien ve reducida su propia esfera de libertad, como sucede en la actualidad ante una sociedad cada vez más abundante, cada vez más capaz de inundarnos con productos, pero también cada vez «más indecente».
Apostemos, pues, por una economía civil como solución a nuestra situación actual, en la que la mediocridad impide el desarrollo de una sociedad decente.
Hemos de admitir que nuestro país no ha alcanzado la situación en la que se halla de la noche a la mañana. Posiblemente sea el resultado de una cadena de acontecimientos y actuaciones que comienza en los inicios de la escuela y termina en la clase dirigente. Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la empresa, los que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones, sin importar lo que hagan. Sólo prevalece que son de los nuestros y, por lo tanto, afines a nosotros.
Sí, hemos conseguido una nación mediocre, que con su sectarismo rancio ha llegado incluso a dividir a las asociaciones de víctimas del terrorismo y a volver a instaurar las líneas rojas y azules para diferenciar ideologías y hacer aflorar los rencores.
Tenemos una nación que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso «Gran Hermano» como única solución a obtener notoriedad y unos ingresos a falta de trabajo, por políticos que se insultan sin aportar una idea, por jefes que se rodean de mediocres para disimular su ineptitud y por estudiantes que ridiculizan al compañero que se esfuerza y amenazan al profesor si no le sigue su corriente.
Es mediocre una nación con una cuarta parte de su población en paro, que, sin embargo, encuentra más motivos para indignarse y manifestarse cuando le dictan que tiene que ir a una huelga general para insultar a quienes, con gran esfuerzo, tratan de seguir dando trabajo.
Pero aún no es tarde para reaccionar, la sociedad civil tiene la fuerza de hacer y decir «¡basta ya!» Es la única esperanza, y tiene la obligación de hacerse valer, pues es la única que con su fuerza y razón debe hacer reaccionar a los mediocres.
La sociedad civil, sobre la cual tanto se discute frecuentemente, y hasta en tono retórico, no puede ser identificada sólo con la existencia de una pluralidad de instituciones aptas para equilibrar la fuerza del Estado ante los mercados. Si bien esto es necesario, no es suficiente.
Stefano Zamagni aporta que la solución a la injerencia del Estado en beneficio del mercado necesita de un despegue de las formas de organización económica que configuran una moderna economía civil, basada en la confianza recíproca.
La clave está en la exigencia de altos niveles de cooperación, y esto presupone la existencia de fuertes vínculos de confianza entre los agentes económicos. Una investigación por cuenta del Banco Mundial fija el nexo entre el grado de confianza que prevalece en las relaciones interpersonales y en los niveles de inversión privada. La mayor parte de los países que generan un grado de confianza superior a la media consiguen niveles de inversión mayores de lo previsto. En definitiva, se puede afirmar con seguridad que el mercado es una institución regida esencialmente por la confianza.
¿Qué es lo que hay que hacer en una sociedad para que crezcan las estructuras de confianza? La sociedad civil es el lugar ideal destinado a generar la disposición para la confianza y usar la estrategia de Roniger, tratando de concentrar la confianza sobre experiencias personales y sobre actores sociales específicos, desarrollando el reconocimiento recíproco de las identidades y el compromiso de no engañar ni traicionar a nadie.
Igualmente, la generalización de la confianza presupone, por un lado, que crezca el nivel de la competencia técnica que sirve de base para la certificación de la confianza -éste es el rol clave de las profesiones liberales y de una ágil burocracia- y, por el otro, que la práctica de códigos éticos por parte de las empresas alcance esa zona crítica, más allá de la cual el mercado puede funcionar por el mecanismo regulador de la reputación.
En una palabra, la estrategia consistirá en favorecer la emergencia de un nuevo espacio económico, el de la «economía civil», donde prevalezca el principio de reciprocidad y donde no es suficiente tratar de conseguir una sociedad justa, sino una «sociedad decente», es decir una sociedad que «no humille» a sus miembros distribuyendo sus beneficios pero negando «la humanidad».
Las motivaciones que dan cuerpo a la reciprocidad son tan legítimas como las interesadas. Cuando falta la competencia efectiva entre las diversas clases de oferta es el consumidor quien ve reducida su propia esfera de libertad, como sucede en la actualidad ante una sociedad cada vez más abundante, cada vez más capaz de inundarnos con productos, pero también cada vez «más indecente».
Apostemos, pues, por una economía civil como solución a nuestra situación actual, en la que la mediocridad impide el desarrollo de una sociedad decente.